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Sebastián Serrano Alou

Abogado Laboralista de la ciudad de Rosario, Santa Fe, Argentina - Magíster en Derecho del Trabajo y Relaciones Laborales Internacionales, Universidad Nacional de Tres de Febrero

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15 abr 2013

EL ART 14 bis DE LA CN Y EL CONTROL DE LA PRODUCCIÓN POR LOS TRABAJADORES


Por Sebastián Serrano Alou
Abogado Laboralista

En el año 1964, a poco de incorporado el art 14 bis a la CN, que, entre otras cosas, planteaba el derecho de los trabajadores al control de la producción, Herbert Marcuse planteaba que

“(…) El control del proceso productivo por los “productores inmediatos” debe iniciar supuestamente el desarrollo que distingue la historia de los hombres libres de la prehistoria del hombre. (…) Por primera vez en la historia, los hombres actuarían libre y colectivamente bajo y contra la necesidad que limita su libertad y su humanidad. (…) aunque el campo de la necesidad persiste, su organización, teniendo en cuenta fines cualitativamente diferentes, cambiaria no solo la forma sino también el grado de la producción socialmente necesaria. (…) Puesto que el desarrollo y la utilización de todos los recursos disponibles para la satisfacción universal de las necesidades vitales es el prerrequisito de la pacificación, es incompatible con la prevalencia de intereses particulares que se levantan en el camino de alcanzar su meta. (…) La meta de la autentica autodeterminación de los individuos depende del control social efectivo sobre la producción y la distribución de las necesidades. (…)”[1]

Varias décadas después, a poco de finalizar el siglo XX, puede encontrarse similares planteos de parte de André Gorz, quien plantea que

“(…) en el nivel de las opciones de producción, en el nivel de la definición del contenido de las necesidades y de su modo de satisfacción se sitúa la apuesta política del antagonismo entre capital y trabajo viviente. Esta apuesta es en última instancia el poder de decidir el destino y el uso social de la producción, es decir el modo de consumo al que ella está destinada y las relaciones sociales que este modo de producción determina. (…)”[2]

De las reflexiones de ambos pensadores puede extraerse que resulta fundamental que los trabajadores participen en el control de la producción y, dentro de esta tarea, tengan activa intervención en la decisión de la producción, la definición del producto, como la forma de producirlo y el destino del mismo.
El capitalismo cuyo objetivo fundamental es la acumulación de riquezas materiales en cada vez menos cantidad de personas, desentendiéndose de las cuestiones humanas fundamentales, destruyendo todo lo que se interpone en su objetivo, desde la dignidad humana hasta el equilibrio ecológico, pasando por los Estados-Nación y la unidad de los pueblos, debe tener un freno, tiene que haber un cambio, la humanidad vivió cientos de años sin capitalismo y hoy necesita cambiar el sistema para poder sobrevivir. Dentro de su lógica primaria, el capitalismo acumulaba riquezas en un número limitado de propietarios que reinvertían para generar nuevas y mayores riquezas y apropiarse de las existentes. Con el tiempo, se potencio cada vez mas la reinversión en distintos medios (vgr. publicidad) para generar la sensación de una necesidad de consumo, de los mas diversos productos, que son elaborados con los recursos naturales limitados que se encuentran en el mundo, sin importar si realmente lo producido era útil, creando una lógica de participación social a través de la constitución de la persona humana como consumidor inserto en el mercado. Las riquezas, apropiadas injustamente por una parte mínima de la población, son utilizadas en la forma en que dispone esa minoría, y solo pueden ser aprovechadas, mayormente derrochadas, por un número reducido y sectorizado de la población mundial. Pero como la codicia y la cumulacion no tienen límites, en un momento determinado se potencio la parte especulativa del capitalismo, lo más abstracto de la economía, quedando entonces las riquezas sujetas al juego de fuerzas invisibles para la mayoría de la población que son manejadas por cada vez menos personas y empresas. Ante el estado actual de cosas, el control de la producción por los trabajadores, y no por unos pocos mercaderes y especuladores, es cada vez mas necesaria; es a partir de la multiplicación de sujetos que intervienen en la decisión de cómo utilizar las riquezas y que se considera valioso, en función de las necesidades reales de la mayoría, que puede comenzarse a revertir el sistema capitalista actual y sus efectos destructivos.
Esto ya fue advertido por los trabajadores argentinos hace medio siglo, lo que puede verse plasmado en los programas de “La Falda” (del año 1957, anterior a la reforma constitucional de ese año) y “Huerta Grande” (de 1962, luego del golpe de Estado de ese año)[3]. Es para destacar en ese periodo declaraciones como la de Andrés Framini, dirigente sindical, que durante el plenario de Huerta Grande explicaba que

“(…) Con el capitalismo no hay solución alguna: es un sistema que pertenece al pasado y nosotros debemos marchar hacia el porvenir (…) que es el salario en el sistema capitalista? Una pequeña parte del valor real de lo que producimos (…) ¿De qué nos sirve, en consecuencia, luchar por un mero aumento de salarios si a los dos meses todo aumento y volvemos a lo mismo: apenas a ganar unos pesos para subsistir? Lo que está en crisis en nuestro país (…) Aquí y en el mundo, es el sistema capitalista, basado en el lucro, la injusticia y la incapacidad para satisfacer las necesidades materiales y espirituales de los pueblos. Y eso no se arregla con aumentos de salarios (…) Hay que transformar toda la estructura económica, financiera y jurídica, social, política y estatal (…)”[4]

El control de la producción es una obligación colectiva, que resulta fundamental sea compartida en la comunidad de trabajo por todos, tomando conciencia de su repercusión en la sociedad y el planeta en el que vivimos, donde los recursos no son ilimitados y las alteraciones agresivas producen consecuencias peligrosas. Como bien refiere  Zaffaroni

“(…) La naturaleza puede ser usada para vivir, pero no suntuariamente para lo que no es necesario. La infinita creación de necesidades artificiales que sostienen el crecimiento ilimitado del consumo estaría acotado por el criterio del sumak kawsay (…) La necesidad –eterna celestina de todas las matanzas y guerras- deberá evaluarse conforme a las condiciones humanas de supervivencia digna y al uso no abusivo respecto de todos los entes naturales, y no a la conveniencia de pura obtención de mayores réditos (…)”[5]

La participación de los trabajadores, desde su posición de sujeto social mayoritario, en la elección del destino de las riquezas sociales y su forma de utilización en la empresa, es fundamental para comenzar a generar un sistema de mayor justicia social, en el que se privilegie la producción de bienes y servicios destinados al desarrollo humano de quienes los producen y utilizan, buscando que el número de participantes sea cada vez mayor, y las condiciones de participación más humanas. Esto se encuentra en sintonía con la Convención Interamericana de Derechos Humanos, Pacto San José de Costa Rica, ya que si bien toda persona tiene derecho al uso y goce de sus bienes,  a disponer de su propiedad privada, la ley puede subordinar tal uso y goce al interés social (cfr. Art 21).




[1] MARCUSE, Herbert, El hombre unidimensional. Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada, Tercera Edición, México, Editorial Joaquín Mortiz, 1968, pags. 63, 258 y 268
[2] GORZ, André, Miserias del presente, riqueza de lo posible, Editorial Paidós, 2 reimpresión, Bs. As., 2003, pag 45
[3] El golpe de Estado de 1955 puso en marcha un plan de demolición de las conquistas sociales y políticas logradas por el Movimiento Obrero Argentino a lo largo de décadas. En la resistencia a esos planes, en la lucha por impedir el avance de las patronales y el imperialismo, los trabajadores fueron elaborando propuestas políticas, sociales y económicas, que tenían el doble fin de integrar las fuerzas propias, al mismo tiempo que neutralizar el discurso de los sectores oficiales. El Programa de La Falda, de agosto de 1957, y el de Huerta Grande, de junio de 1962, son resultado de esa acción.
[4] Citado en: GALASSO, Norberto, Historia de la Argentina. Desde los pueblos originarios hasta el tiempo de los Kirchner, Tomo II, 1º ed. 1º reimp., Colihue, Buenos Aires, 2011, págs. 397
[5] ZAFFARONI, Eugenio Raúl, La Pachamama y el Humano, 1ª ed, Buenos Aires, Colihue, Ediciones madres de Plaza de Mayo, 2011, págs. 142 y 144. En la página 111, explica Zaffaroni que el sumak kawsay es una expresión quechua que significa buen vivir, que no se trata del tradicional bien común reducido o limitado a los humanos, sino del bien común de todo lo viviente, incluyendo por supuesto a los humanos, entre los que exige complementariedad y equilibrio, no siendo alcanzable individualmente.

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